TESTIMONIALES​

Era muy joven entonces, nuestros estudios universitarios nos convocaban a mis compañeros y a mí a casa de una amiga. Lo hacíamos en un estudio, aunque es más preciso si digo que era su garaje, mismo que para lograr una atmósfera propicia para la reflexión y discusión sus paredes habían sido tapizadas con posters en boga de su tiempo. Había uno, sin embargo, que llamaba poderosamente mi atención y que a la sazón decía… Ya que me aprendí todas las respuestas me cambiaron las preguntas y era un chango que con cara de interrogación se rascaba la cabeza. Tardaría años en entender a cabalidad esa interrogante.

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Siempre vuelvo a mi chango para tratar de explicar que la vida invariablemente me está cambiando las preguntas. Y en esta búsqueda me he sentado en un diván para explicarle al otro mi padecer y tras verbalizar mis emociones cierro la puerta y me parece que poco he logrado. También he interactuado y trabajado con otras terapias que me han ayudado a resolver conflictos del momento. Pienso sin embargo que la riqueza del Hakomi fue hacer presente en mi cuerpo mi malestar. Hacer conciencia de esa totalidad que soy y que no puede disociarse más que entendiendo su todo. La reflexión, tomando conciencia de mí misma y de cómo soy yo la que he de transformarse en otro desde el amor hacía mí y el respeto hacia el de enfrente cualquiera que éste sea.

 —Mercedes San Martín